martes, 2 de diciembre de 2008

Soy un gran saxofonista, y un clarinetista emérito.

Salí del IUNA, de día, por Jujuy. Yo nunca camino por Jujuy. Iba muy contento con mi mochila y sin los auriculares ni los anteojos ni nada. Crucé Belgrano.
Pasando por la puerta de una farmacia, tres pendejos. Uno me dice:
- Eh, amigo, ¿no tenés una moneda?
Yo no tengo una moneda. Le digo:
- No tengo monedas.
Voy por el lado de la pared. Me doy cuenta, me están arrinconando.
- ¡Dejame pasar!
Me aprietan contra la pared. Hablan, pero no sé que dicen, es que hablan todos juntos, y uno me mete los dedos en el bolsillo.
- ¿¡Qué hacés?! ¡Salí de acá!
Me muevo como Tolkien cuando vuelve de la calle, estoy tratando de sacarme a tres pendejos de encima simultáneamente, me los sacudo, sacudo los hombritos, creo que a uno lo empujo del brazo, sé que a otro lo empujo de la cara. En el trajín, uno me dice algo del orden de "Te voy a pegar un tiro", a lo que yo le respondo "No tenés una pistola". El sacudirme y empujar, no sé cómo, funciona: de pronto ya no los tengo encima. Dos ya se están yendo; el último, al que empujé, me mira sonriendo mientras se va, y me tira un envase vacío de heladito, pero le erra. Camino hacia donde iba, sin darme vuelta, y sin darme cuenta que no me di vuelta. Camino un poco más y se me cae la mochila: se rompió el pasador de una de las correas, no sé cuándo. Y eso me da mucha bronca. Entonces empieza a discurrir mi (como diría Damián de yoga) monólogo interno hacia el hecho de estar, o deber estar, embroncado. Es rara la bronca. Y es rara la violencia. Porque yo me jacto de que nunca me robaron. Quiere decir que nunca me sacaron nada, nunca se llevaron nada mío apretándome. Es mentira igual; una vez, cuando salí de una fiesta de quince y estaba esperando el bondi en al avenida Córdoba (yo tenía quince también, como la festejada) vino un tipo en bicicleta y me robó. Cinco pesos me sacó; me dejó la moneda para el bondi. Celulares todavía no tenían los chicos de quince. Yo tenía puesta una campera de gabardina color cremita con corte de campera de jean de UFO que me salió cincuenta pesos y que sólo usé esa vez. Después se la regalé a Jony Pollac y este año cuando estuve en Sant Boi de Llobregat la volví a ver. No me acordaba de ella. A Jony le sigue gustando, a mí me sigue pareciendo horrible. Esa vez, a los quince, la amenaza del tipo fue "Tengo sida". En ese momento me pareció una amenaza adecuada. Después me pregunté muchas veces cómo eso podía ser en la práctica una amenaza: ¿me iba a pinchar con su sangre? ¿se iba a cortar y me iba a empapar en su sangre? Como sea, fue una buena amenaza.

En otra ocasión, más parecida a ésta, fue distinto: estaba en Rosario, volviendo con Flor de Roots a su casa por Estanislao Zeballos (el que escribió el estudio que leyeron Roca y su estado mayor como preparación para la "conquista del desierto" de 1879), ebrios los dos. A una cuadra de llegar a destino pasamos por la puerta de un edificio tomado y una chica nos miró a los ojos, premonitoria. Dos pasos adelante, de un garage metido para adentro, emergieron dos chicos que nos agarraron por la espalda. A mí el mío me agarraba del cuello.

- ¡Dennos todo! ¡Dale, rápido! ¡Dale que te corto! - o algo así, me dice el mío.

- No tenes un cuchillo - le digo yo, al tiempo que le doy cincuenta pesos.

Repentinamente nos sueltan y entran a correr para el lado de la casa de Flor. Yo pensé que era por lo del cuchillo, así de ebrio estaba, cuando me doy cuenta de que está llegando un patrullero santafecino.

- Ellos nos robaron - digo, sin mucho énfasis y levantando el brazo en su dirección.

El patrullero giró en u y entró a perseguirlos en contramano. Flor y yo nos quedamos atónitos un momento. La chica de los ojos premonitorios nos dijo algo ahí, porque había estado presente todo el rato. Pero no recordamos qué es. Suponemos que nos dijo que ella había llamado a la policía.

Como los chicos se habían llevado nuestras pertenencias y nosotros no sabíamos cómo debíamos proceder, resolvimos correr nosotros también y para cuando llegamos a la puerta de la casa de Flor ya venía el patrullero con los dos chicos sentados atrás. Me pregunto cómo habra sido el momento de la detención, si los canas habrán desenfundado. En la vereda estaba además Shiraz, que había atravesado todo el largo pasillo de la vecindad y se había sentado a observar el curso de los acontecimientos. Hubo un cruce de frases entre todos: los policías nos preguntaron si eran ellos, ellos dijeron que no tenían nada que ver, nosotros dijimos que sólo queríamos que se nos restituyeran nuestras propiedades. Después, uno de los chicos empezó a acusar al otro, dirigiéndose a Flor con este argumento: "Decile [al policía], linda, que yo te estaba ayudando". Algo así. Finalmente los policías hicieron descender a uno, lo hicieron desandar lo andando y encontrar lo robado descartado: el celular de Flor, su plata, la mía. Nos dieron todo, nos dijeron que al otro día fuéramos a denunciarlos, les dijimos que no (no me apetecía tener en la conciencia un chico en cana por robarme cincuenta pesos), les dijimos gracias, dijeron "Sólo cumplimos nuestro deber" (lo juro) y se fueron. Shiraz lo había espectado todo.

Rarísimo ¿no creen? Uno nunca espera ni que la policía aparezca en el momento indicado ni que haga su trabajo sin escándalo y gran despliegue. Sólo en Rosario puede pasar eso. Rarísimo. Ni siquiera les pegaron a los pibes, no en nuestra presencia por lo menos. Pero lo más raro fue cuando uno intentó salvarse hundiendo al otro. ¿Qué pensó que iba a pasar? En fin.


Estaba hablando de la bronca. Cuento dos anécdotas más sobre la bronca, y después hacemos una conclusión, ¿dale?

Una es simple. The straight story. Fue a mis catorce años, yo usaba mi mochila entonces nueva de Pink Floyd y guardaba mi única pertenencia de valor, el pase estudiantil (catorce pesos) en el bolsillo externo; en la estación Alem alguién me la abrió y me robó el pase estudiantil.

La otra no se relaciona con un robo. Esta también la hago simple. Trabajo en la biblioteca de una escuela de clase media alta con ínfulas de elite. La biblioteca es muy grande y muy parecida a la del Elite Way School de Rebelde Way. Ese día había un sector habilitado y otro que no lo estaba, y cuatro pibes se habían sentado a estudiar en el lado no habilitado. Cuando les fui a decir que se tenían que mudar de sector, me entraron a discutir y uno muy altanero me dice "Yo, además de alumno, soy cliente" y otro "Yo te pago el sueldo".



Cuando empecé a escribir esto fue inmediatamente después de que pasara lo de la avenida Jujuy, qua catarsis, pero el último episodio narrado sucedió dos días más tarde... Bueno, en realidad, no empecé a escribir inmediatamente después.

Después de que se me rompiera la correa de la mochila y mientras discurría mi monólogo interno sobre la cuestión de la bronca que condujo a esta entrada de borgspot, yo caminaba por la mentada avenida Jujuy (a una cuadra habían dos patrulleros estacionados, valga mencionarlo), que luego devino Pueyrredón, hasta que llegué a Bartolomé Mitre. Cuál no fue mi sorpresa cuando me di cuenta que la dirección a la que me dirigía (B. Mitre NNNN 4ºB) no correspondía a ningún edificio de oficinas o departamentos, sino que al edificio de la estación de trenes misma, una entrada lateral de la parte vieja, sin reformar. En la puerta había un cana que me preguntó a dónde iba y me indicó que subiera por el ascensor. El edificio debe ser de principio de siglo, y está muy bien conservado. Parece que funcionan sindicatos y oficinas de cosas públicas o vinculadas al sector público y ONG's ahí. Un lugar muy extraño, más por lo desconocido que por otra cosa. No está comunicado por ningún acceso libre con la parte de la estación, pero sí por ventanas que dejaban ver negocios de ropa y locutorios, como si la estación hubiera crecido a lo Tatsuo de Akira deteniéndose sólo cuando se le hubo acabado el lugar, limitada por este otro edificio. En el ascensor me sorprendí de tener la misma cara que antes, de no estar mi cara marcada por ningún rictus de broca. En la oficina 403, donde funciona el Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, habían algunos activistas del movimiento y un par de viejos. Me entretuve diez minutos mirando los muchos libros que Norberto Galasso edita independientemente a través de este centro cultural, y cavilando sobre si me compraba el de historiografía, hasta que escuchando una conversación ajena me enteré que Norberto no venía porque tenía que descansar y que la charla la daba otro sujeto. Me dio un poco de bronca más, porque de no haberme salido del IUNA para ir hasta allá no se me hubiera roto la mochila, pero poco; desde la ventana del lugar se veía el ex Cromagnon, los boliches bailanteros de la plaza y la vía del tren que atraviesa Once, Almagro, Caballito... Saludé, bajé por el ascesor, y en plaza Once decidí tomarme el subte para volver al IUNA evitando la avenida Jujuy.

Estudio comparativo sobre las distintas AMENAZAS, en relación con la BRONCA.

Las amenzas presentes en los diversos relatos (todos ellos basados en hechos reales), fueron (por orden cronológico):

  • No hubo (en la situación del subte)
  • Tengo sida
  • Dale que te corto
  • Te voy a pegar un tiro
  • Yo te pago el sueldo
Resulta del análisis, que la única que me resultó amenazante fue "Tengo sida", y que mientras ésta, "Dale que te corto" y "Te voy a pegar un tiro" no me dieron bronca (al margen de que, o en razón de que por diferentes motivos estás dos últimas no me resultaron efectivamente amenazantes), el caso de la no-amenaza y el de "Yo te pago el sueldo" me dieron ganas de romper una pared (de durloc, nunca tengo ganas de romper una pared de en serio) a lo Andy Bernard.
Se me ocurren que todo esto lleva al tema de la prepotencia. Lo más prepotene de todo es "Yo te pago el sueldo", porque ¿qué se le responde? Quiero decir, claro que hay multiples respuestas ingeniosas posibles como "También le pagás el sueldo a la directora, ¿por qué no le vas a pedir su oficina para estudiar?", pero en el momento quería responderle más bien "Chupame la pija" o simplemente pegarle una piña en la cara. Claro que, siendo él un alumno y yo efectivamente el empleado de un colegio privado, debí callarme. Argumentar, cosa que empecé a hacer y de la que luego desistí, era una mala idea. No se argumenta contra "Yo te pago el sueldo". Sí se argumenta contra "Te voy a pegar un tiro", cuando quien lo dice es un chico en shorts y remera que está en la avenida Jujuy de día, o contra "Dale que te corto" cuando quien te lo dice ya te está agarrando del cuello, y no tiene ningún cuchillo en la mano. Y contra "Tengo sida" (que, por ser yo joven e inexperto, y más cauto que ahora, por lo menos en esa ocasión, no respondí), por lo absurdo, el único argumento oponible es "¡Cacatúa!" o "¡Krishnamurti!", o sino por un razonamiento antitético podría haber dicho "Tengo el remedio contra el sida", pero luego tendría que haber pensado muy rápido en cuál era éste.
Obviamente la frustración es mayor cuando no hay lugar a la argumentación, y la frustración me da bronca.
Fin.
para Magda rock and roll