La ciudad creció tanto que ya nadie sabe muy bien dónde quedan las cosas, y el CONTROL se fue volviendo más y más difícil hasta casi desaparecer. No se sabe cuántos pisos tienen los edificios. Las numeraciones de las calles ya no tienen sentido y los nombres se superponen con otros nombres y los barrios se abarcan y compiten y hasta hay intersticios entre ellos que crean zonas sin barrio, barrios que no son barrios, como agujeros en la trama urbana. Las autopistas pasan por arriba de las casas pero también hay túneles que pasan por abajo y hay serpientes y escaleras que los unen entre sí en puntos que parecen aleatorios. Los bondis chocaron hace mucho y ahora son casas o negocios. Los subtes entraron en el loop de la cinta de Moebius también hace mucho y ya no pudieron salir. Las personas hacen todo cerca de sus casas, sus amigos son sus vecinos y sus jefes y empleados también y no van a la escuela si no les queda cerca, ni al cine, ni al hospital.
Los ricos que van en autos tienen ge pe eses que les hablan y les explican cómo ir a los lugares; pero esos ge pe eses hacen un recorte de la realidad, delimitan un mundo para los ricos al que se llega en auto y al final de cuentas está más esparcido pero es igual de chico, sus amigos son sus vecinos que viven más lejos pero igual son sus vecinos, y los que no son los vecinos, NO SON.
Pero todo esto no me importa, yo soy joven y quiero conocer y entonces me pongo los auriculares y la campera con capucha y salgo a caminar, aunque mi mamá me grite. Mi mamá es como sus vecinos y no le parece prudente alejarse de la casa. Estoy siendo muy sutil: en realidad mi mamá piensa que alejarse de casa más de lo necesario es un SUICIDIO, es tocarle la espalda a la MUERTE y hacerle PITO CATALÁN.
A veces me fui por varios días. Camino sin fijarme mucho por dónde estoy pasando, por varias horas, hasta que se me acaba la pila de la música. Y entonces me saco los auriculares y la capucha, y es como salir de un encantamiento, volver a la realidad, pero al mismo tiempo es como entrar en un sueño, en una fantasía, no reconozco nada de lo que veo a mi alrededor y no sé cómo llegué ahí y no sé cómo volver a mi casa. Amo ese momento. Después hay que volver, y para eso hay que hablar con gente, meterse por calles estrechas y cruzar amplísimas avenidas y bajar por escaleras y subir en ascensores y cruzar puentes, o saltarlos. Una vez leí en un libro que no todo lo que se salta es un puente, y aunque no podría explicar qué significa esa frase si alguien me lo preguntara, igual me parece linda, muy linda, me parece que va conmigo.
Ahora estoy en mi cama. No puedo salir de mi cama hace muchas semanas, tengo las plantas de los pies tajeadas y los tajos están infectados y se ven negros y huelen. También tengo diez puntos de sutura que van desde la boca pasando por la mejilla derecha y llegando a la oreja, la herida está cicatrizando mal y me impide ponerme los auriculares. Mi situación es muy desdichada, mi única compañía en mi madre y el televisor y mi madre me hace reproches y el televisor le da letra.
Estoy así desde que volví de mi último paseo. Me fui un día como siempre, pero tardé un mes y un poco más en regresar. A mi casa llegué descalzo, sangrando cada paso. Los puntos ya los traía puestos: me hice cocer en una veterinaria que fue lo mejor que encontré en el camino. Cerca de mi casa no hay hospital.
Cada vez que lo evoco, siento que le estoy inventando partes nuevas, pero no puedo asegurarlo y no podría decir qué partes parecen más reales y qué partes parecen mentiras. Iba escuchando algo nuevo, algo creado hace mucho pero que era nuevo para mí y que había encontrado, como se encuentra todo, en la INTERNET. Algo en otro idioma, como casi todo. Era realmente bueno, diferente y mejor a todo lo que había escuchado hasta entonces, y estaba más abstraído que de costumbre. Creo que escuché el mismo disco, una y otra vez, por lo menos seis veces, y siempre caminaba. Cuando se acabó la música, levanté la cabeza y me encontré en un parque. Un parque plagado de ombúes. Era un lindo lugar, los caminos de piedras estaban trazados todavía y algunos bancos sobrevivían y los edificios estaban lejos y amortiguados. Creo que hasta había pájaros. También gente, como en todos lados. En lugar de emprender la retirada, decidí sentarme y respirar hondo un par de veces, no es común encontrar tanta vegetación junta en estos días. Y de pronto, ocurrió algo realmente inusual: alguien me tocó el hombro. Lógicamente, me asusté: nadie nunca le toca el hombro a alguien. Difícilmente alguien inicia una conversación con alguien si no hay un mostrador o un escritorio o un teléfono de por medio. En mis paseos, sólo hablo con gente si es imprescindible y si ya estábamos naturalmente de frente y no debíamos forzar nada más que nuestras voces para hacerlo. El hecho es que me tocaron el hombro y casi salto hacia delante del susto, pero en lugar de eso me contuve y me volví. Era una mujer gorda, y tenía cara de idiota. - ¡Hola! – me saludó, al tiempo con la palabra y con la mano que agitaba en el aire –Me llamo SAMI-. Claro que ante lo desacostumbrado del acontecimiento me tuve que recomponer primero, pero luego logré relajarme y le contesté el saludo y la presentación. - ¿Cómo estás? – quiso saber SAMI. A esa segunda interpelación me costó un poco más responder, pero al fin recordé que era un arcaísmo que se utilizaba como fórmula demostrativa de buena voluntad y no una PREGUNTA REAL, y entonces dije bien. La conversación se desarrolló y a cada nuevo recodo me asombraba de la capacidad de SAMI para encontrar TEMAS DE CONVERSACIÓN con alguien a quien acababa de conocer. El pasto, el cielo, el clima, las aves, el gobierno y claro, la televisión. En un momento dado, anochecía, y SAMI me invitó a TOMAR LA LECHE. Fue entonces cuando decidí oír la voz de mi madre, que en mi cabeza me llamaba a la razón, y declinar la invitación preguntando a la vez si ella conocía el camino más adecuado para, mediante puntos de referencia importantes de la ciudad, llegar a mi casa. Como toda respuesta, SAMI SE PUSO A LLORAR. Y corrió, agitando los brazos por encima de la cabeza, y se perdió de vista.
Entonces observé los diferentes sentidos que, siempre siguiendo caminos trazados, podía elegir, me decidí por uno cualquiera y comencé a caminar, ya en plan de VOLVER A CASA.
El parque se terminó y las casas se hicieron edificios y de nuevo estaba en plena ciudad, en un barrio lúgubre pero al mismo tiempo vegetado, con árboles oscuros, viejos, húmedos. Las calles estaban franqueadas por casas grandes, de tejados rotos, o bien por edificios cuadrados, grandes, carcelarios. No se veía gente, y ya estaba terminando de oscurecer. No salía luz de las casas, ni funcionaba ningún tipo de alumbrado público. Luego de caminar un rato, vi un fuego, y, al acercarme, algunas figuras humanas que se calentaban las manos alrededor del mismo. Jugado, y luego de la amistosa experiencia con SAMI, decidí hablarles. Sin embargo, apenas me vieron venir en sus OJOS brilló la AVIDEZ y con un GRITO ATERRADOR y al unísono me pidieron CIGARRILLOS y comenzaron a correr hacia mí con los brazos extendidos como ZOMBIS.
Yo corrí, claro, en sentido contrario, y corrí y corrí y subí escaleras y bajé escaleras y entré por un túnel y me trepé a unos andamios y los dejé atrás.
Me quedé abrazado a los andamios, para recuperar el ritmo cardíaco, y ya estaba pensando en encontrar un hueco para utilizar de madriguera hasta la salida del sol cuando oí chistidos.
Chistidos y una frase. Viendo que me habían visto, y que no eran el grupo de antes, decidí confiarme una vez más, no ceder ante el miedo y bajar. Eran dos, vestidos con pilotos de lluvia. Uno llevaba una galera. El otro tenía un gracioso bigote. - ¡Hola! – me dijeron. Esta vez, ya entrenado, les respondí y fui yo el que les preguntó cómo estaban. De pronto estaba nuevamente en una conversación, la segunda del día. Los TEMAS DE CONVERSACIÓN, cuál más absurdos, rondaron el arte decimonónico, el precio de los huevos, la crianza de los niños y creo que en un momento uno de los dos hizo un CHISTE. Lo creo porque cuando terminó de decirlo, ambos rieron con ganas. Pero entonces, uno de ellos me pidió mi zapatilla derecha, y el otro inmediatamente me pidió la izquierda. Yo no entendí, y les pregunté si había oído bien, lo cual ellos confirmaron con grandes movimientos de cabeza. Sin que lo viera venir, de pronto uno me estaba agarrando de atrás, en una perfecta DOBLE NELSON, y el otro me estaba cachando los bolsillos y luego desatando los cordones y luego sacando las zapatillas. Yo no grité AYUDA, porque no se me ocurrió, porque no parecía haber nadie y porque no se usa, es re de la tele eso, pero entonces y sin esperarla, llegó SAMI. Vestía distinto que como la había visto en el día, llevaba un traje de enfermera, con gorrita y todo. SAMI apareció hecha una furia, y con un movimiento ascendente le asestó al de galera un GANCHO en la MANDIBULA que lo hizo volar por el aire y perder el sombrero. Este se levantó, mareado, y se abalanzó sobre SAMI, pero ella hecha una BESTIA SALVAJE le clavó los dientes en el hombro haciéndolo gritar y le pegó a ambos lados del CRANEO con los puños cerrados, inhabilitándolo definitivamente. Al mismo tiempo, yo logré zafarme, con tanta suerte que fui a caer al piso en un movimiento coordinado con la patada voladora que SAMI le asestaba al de bigote en el medio del pecho. Pero el de bigote era más fuerte de lo que parecía, y recibió el impacto con un leve bufido. Me di cuenta de lo cobarde que estaba siendo y me dispuse a meterme en la trifulca y ayudar a SAMI…
Ese fue mi principal error. Luego entendí, pero en ese momento sólo fue un dolor punzante caliente y extendido por mi cara. Con las piernas firmes clavadas en el suelo SAMI sacó de su cintura un filoso pedazo de vidrio, que empuñó para recorrer el trayecto aire mi cara aire y hundió profundo en el estómago del bigotudo. Vi la cara de SAMI desfigurada en un gesto demoniaco: sus ojos brillaban y de las comisuras de su boca chorreaba un vómito verde y espeso. El horror y el dolor confundieron mis sentidos. SAMI hundió un poco más el vidrio y rugió como un LEÓN. El bigotudo exhaló como un fuelle y yo entendí que SAMI me había herido ADREDE y corrí y corrí por mi vida y subí escaleras y crucé puentes y bajé pendientes y dormí debajo de algunas mesas y en mi periplo diferentes objetos cortopunzantes se me clavaban en las plantas de los pies pero yo los recibía como un castigo, un castigo por ser tan imprudente, un castigo por no escuchar a mi madre, un castigo por no ser más fuerte y por permitirme sentir la pena que siento, la PENA de no ver más a SAMI, de soñar con ella en cada PESADILLA y despertar deseando verla, abrazarla, aceptar su invitación a tomar la leche…
1 comentario:
maravilloso!
maravillosa esa ciudad! la pude ver en detalle, con el discman puesto y un anotador en la mochila.
que genio que sos.
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