martes, 8 de junio de 2010

Los oniscídeos (Taller 1)

Los oniscídeos, enrollados dentro de sus exoesqueletos en forma de acordeón, saltaban en todas direcciones y chocaban unos con otros o contra las paredes, en la oscuridad más absoluta. Si uno pudiera suponer algún tipo de emoción en estos insectos, vulgarmente conocidos en la zona del Río de la Plata como bichos bolita, esa emoción sería la del terror; pero no hay estudios que comprueben tal cosa como los sentimientos en esas pequeñas y azuladas formas de vida. Luego, Tomás separó las manos que formaban la cápsula en la que agitaba a los bichitos, y se miró fijamente las palmas. Las lámparas del patio no daban una luz muy buena, y Tomás debió forzar un poco la vista en busca de descubrimientos, de reacciones visibles en sus sujetos de experimientación. Pero no, los bichos bolita seguían en posición bolita, por las dudas.
Eran más de veinte bolitas: Tomás había agarrado una de cada maseta, como para ser integrador. Cansado de su juego científico, decidió probar con uno diplomático. Introdujo las veintitantas bolitas en un frasco vacío de mermelada, lo tapó y lo apoyó en el piso. Las baldozas estaban frías panza abajo y con los codos clavados en el piso. Tomás se quedó quieto, en posición de observación. Pero no pasaba nada en el frasco. Nada parecido a la ONU de insectos que Tomás estaba esperando. Así que se sentó, con las piernas extendidas, los muslos contraídos, los isquiones bien apoyados en el suelo, abrió el frasco y se mandó el contenido al buche.
Con algunos oniscídeos caminándole tímidamente el interior de la boca, y otros quietos y hechos bolita en las cavidades laterales, Tomás escuchó un ruido que venía del interior de la casa. Escupió un bolo de saliva e insectos vivos en el frasco y se escondió detrás de la maseta más grande. Contuvo el aliento. El calor y la humedad del verano eran tangibles en la quietud de las plantas y el sudor en la espalda. De repente, otro ruido, como un chasquido, seguido de un sonido giratorio, amenazante, que se prolongó breve, acercándose...
Y entonces, de las penumbras del hogar, emergió un brillante y monstruoso bicho bolita, gigante, erguido sobre dos de sus siete pares de patas y agitando sus antenas en todas direcciones.

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